Brillante artículo realizado por
Hernán Brienza del Diario “Tiempo Argentino” (http://tiempo.infonews.com) el día 11 de
febrero de 2012.
No está claro
cuánta agua se utiliza, cuánto cianuro, si contamina más que la ganadería o la
soja, o cualquier industria porteña. ¿Es cierto que apenas el 8% del cianuro
que se utiliza en el país lo usan las mineras y el resto otras industrias tan
contaminantes pero a las que no percibimos?
“Famatina es una de esas palabras que tienen demasiada
significación para la historia argentina. Desde el siglo XVII cuando fueron
descubiertas las riquezas que escondía en su vientre se ha convertido en un
cerro mitológico. Por ejemplo, en su imprescindible libro Facundo y la
montonera, el actual secretario de Derechos Humanos, Eduardo Luis Duhalde, y
Rodolfo Ortega Peña demostraron lo cruciales que fueron los enfrentamientos
políticos, comerciales y económicos entre el gobierno centralista de Martín
Rodríguez y la defensa federal del riojano Facundo Quiroga. En ese texto sus
autores sugieren la tesis de que la guerra civil entre unitarios y federales
estalló, justamente, por causa del choque de intereses entre un grupo nacional
de protoempresarios –liderados por Facundo y Braulio Costa, entre otros– y la
casa internacional de Baring Brothers, que sostenía a la Famatina Minning
Company. Por aquellos años, la década del ’20 del siglo XIX, Bernardino
Rivadavia fue, primero, hombre fuerte del gabinete de Rodríguez y, finalmente,
bajo ciertas condiciones irregulares, presidente de la República. Fue el
representante no oficial de los negocios británicos en estas tierras –basta
recordar que fue quien inició el endeudamiento externo argentino– y abogaba por
un progreso liberal apoyado en las inversiones extranjeras como única palanca
de desarrollo. La publicidad inglesa aseguraba que en La Rioja llovía oro y se montó
alrededor de la posibilidad de la mina un negocio fraudulento inmanejable. Por
esa razón, Famatina está en el nudo de la historia argentina, y cuando alguien
grita “el Famatina no se toca”, acierta en una consigna que conmueve desde la
profundidad del pasado y apela a viejas disputas por la soberanía nacional.
A esa carga histórica se le suman los errores políticos
cometidos por la policía catamarqueña en los últimos días. Desgraciadamente, el
kirchnerismo no ha podido todavía penetrar en la conciencia de las élites
gobernantes de muchas provincias y se le ha dificultado imponer su máxima de
que “la protesta social no se reprime con violencia”. Entonces, cada vez que se
produce un acto de esta naturaleza por parte de alguno de los ejecutivos
provinciales o incluso de operativos menores, los grupos “progresistas” o de
“izquierda” se abusan de estos sucesos para incomodar al gobierno nacional y
poner en supuestos aprietos a sus defensores corriéndolos por izquierda. Esa
contradicción entre políticas publicas nacionales y provinciales, tarde o
temprano, tiene que saldarse a favor de las decisiones tomadas en el 2003 por
el ex presidente Néstor Kirchner. Incluso cuando hoy estemos en otro momento
histórico y económico y ya las protestas no sean por la subsistencia sino por
debates políticos. En la actualidad no se cortan rutas por supervivencia
inmediata sino por la defensa del medio ambiente. No parece poca la diferencia.
La presidenta de la Nación Cristina
Fernández convidó a la sociedad esta semana a tener un debate serio y
responsable sobre la cuestión minera. Los argentinos nos debemos una fuerte
discusión entre posturas antagónicas, pero abandonando prejuicios, falsas
acusaciones, verdades a medias y estupideces conjuntas. Entre el
conservacionismo reaccionario del magnate norteamericano Douglas Tompskin, el
ecologismo berreta y marciano de muchos ambientalistas, la hipocresía bucanera
de empresarios y políticos y la voracidad colonialista de las multinacionales
debe haber un resquicio para pensar una política autónoma, responsable,
sustentable humana y ambientalmente –si es que pueden separarse estos términos–
y soberana.
El peronismo lleva en sus entrañas el germen de su propia
discusión. Es industrialista y generador de empleos y, al mismo tiempo, Juan
Domingo Perón fue el primer líder político en la Argentina en plantear con
absoluta seriedad la problemática ambiental. En su discurso del año 1972,
expresó: “Cada gobierno tiene la obligación de exigir a sus ciudadanos el
cuidado de sus recursos naturales, y el cuidado del ambiente urbano está
implícito en él... en otras palabras, necesitamos nuevos modelos de producción,
consumo, organización y desarrollo tecnológico que, al mismo tiempo, den
prioridad a la satisfacción de las necesidades esenciales de las personas,
racionalizando el consumo de recursos naturales, y disminuyendo al mínimo
posible, la contaminación ambiental”.
Interesantísimo. El propio Perón da una fórmula para
analizar en cada caso qué es lo que hay que hacer: elabora la doctrina del
menor daño posible. No se trata de ir desnudos por el mundo, constipados, para
no influir el medio ambiente como parecen proponer algunos ecologistas
narcisistas. La cuestión es ser conciente de que toda actividad humana daña el
ecosistema y que por lo tanto hay que ser sumamente responsables a la hora de
transformar el planeta que nos contiene. Y dice algo que vale la pena escuchar:
hay que cambiar las pautas no sólo de producción si no de consumo… Es decir,
vivir en Capital Federal con todo arreglado y “protestar por la bomba que cayó
a mil kilómetros del refrigerador” es una hipocresía digna de la canción de Silvio
Rodríguez.
Yolanda Ortiz, la primera secretaria de Recursos Naturales
y Ambiente Humano en toda Latinoamérica, nombrada por Perón en 1973 explicó
alguna vez que: “Hasta entonces también había una idea biológica en cuanto a la
conservación, se consideraba al hombre en tanto ser biológico, no como un ser
integral, por eso fue realmente interesante el planteo (de Perón) porque el
ambiente humano debía lograr una calidad de vida para los hombres, primero
estaban las necesidades básicas de los hombres. Dice en su discurso que el
hombre debe ser un ser íntegro, en relación con la salud, el ambiente, la
equidad, la Justicia
Social , la dignidad humana, él siempre lo decía. Eso es
ético, moral, lo que corresponde.”
Propongo abrir en serio un debate sobre la minería en
nuestro país. Sin chicanas, sin cobardías, sin falsas imputaciones. Ni todos
los ambientalistas son marcianos ni todos los defensores de la producción
mineras son agentes de la
Barrick Gold. E incluso sería interesante discutir la
viabilidad de la minería a cielo abierto. ¿Puede realizarse con una metodología
que no sea tan lesiva? ¿Por qué las grandes potencias del mundo: China,
Australia, Estados Unidos, Rusia, Sudáfrica, Perú, Canadá, Brasil, Chile,
tienen derecho a explotar sus montañas de oro con minería a cielo abierto y los
argentinos no podemos? ¿Quiénes están en lo cierto: los estadounidenses, los
rusos, los brasileños, por nombrar a tres de las seis principales potencias o
nosotros?
El Noroeste argentino tiene ciertas dificultades para engarzarse
en el capitalismo nacional e internacional. No tiene grandes extensiones de
tierra para cultivar soja y por su posición geográfica alejada de los centros
urbanos tampoco posee polos industriales que capturen mano de obra desocupada.
Recién en la última década apostó al turismo como fuente genuina de recursos
–Salta fue la provincia que picó en punta– y la mayoría de la población
económicamente activa depende del Estado y del empleo público. Esa situación de
dependencia política genera masas de trabajadores cautivos de los vaivenes de
la política. En los últimos tres años, la provincia de La Rioja , por ejemplo, según
números oficiales, ha visto nacer 2000 empresas pymes para abastecer a las
mineras. Deben ser estimativamente cerca de 10 mil puestos de trabajo. No es
una cifra despreciable. Y en el caso de Famatina, el acuerdo con Osisko,
además, incluía una cláusula en la cual la empresa estatal EMSE debía quedarse
con el 30% de lo producido, cuando, generalmente, las demás mineras aportan
apenas el 3% de regalías. ¿Justifica esto destrozar el cerro de Famatina? No lo
sé. Y es posible que no. Pero no me cabe duda de que hay que pensarlo sin
histeria y con una mirada amplia. Y también como política pública a mediano y
largo plazo. Obviamente, hay que abrir, además, el debate técnico. Porque no
está claro cuánta agua se utiliza, cuánto cianuro, si contamina más que la
ganadería o la soja, o cualquier industria porteña. ¿Es cierto por ejemplo que
apenas el 8% del cianuro que se utiliza
en el país lo usan las mineras y el resto otras industrias tan contaminantes
pero a las que no percibimos? ¿O es
falso? El periodismo ha discutido mucho sobre el tema de la minería, pero lo ha
hecho con absoluto desconocimiento, en el mejor de los casos, o atravesados por
operaciones políticas en la mayoría.
Desgraciadamente, vivir mata. Y el capitalismo moderno más.
El desarrollo industrial tiene consecuencias fenomenales para el Medio
Ambiente. Entre vivir de la caza y de la pesca y destruir el planeta hay una
amplia cantidad de posibilidades. El desarrollo minero no puede analizarse
desde posiciones dogmáticas. “El Famatina no se toca” es un buen eslogan. Pero
habría que preguntarse antes: ¿Por qué no? ¿Cuántos puestos de trabajo cubre?
¿Qué tipo de tecnología usarán para la extracción del oro? ¿Qué tipo de
controles podrá realizar el Estado? ¿Hay necesidad de reestructurar la
legislación en la materia? ¿Es lo mismo la agresiva minería en provincias como
Córdoba que tiene cientos de recursos que en La Rioja o Catamarca con menor
sustentabilidad? Más allá de las suculentas untadas que puedan recibir
políticos locales, si la minería aporta el 10 o 15% de la población
económicamente activa del NOA ¿no merece un debate un poco más serio que andar
gritando por las cámaras de TN? Demasiada carga histórica tiene Famatina –desde
el conflicto entre Rivadavia y Quiroga– para que su futuro sea vociferado
melodramáticamente por operadores de un arrocero que no tiene el menor cuidado
por el medio ambiente en, por ejemplo, los Esteros del Ibera? No sé si Famatina
terminará o no tocándose. Lo que sí es un imperativo es reflexionar sobre ella.
A Famatina hay que pensarla.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario