En el Municipio de San Fernando se está produciendo un acelerado retorno a la década del noventa.
En esa desafortunada etapa, que nos supimos conseguir no éramos ciudadanas/os, ni de primera ni de segunda, sino usuarias/os, beneficiarias/os o vecina/os. Los equipos profesionales eran “servidores públicos, dadores de recursos cuando no de prebendas y no gestores de política pública, brindaban respuesta a la demanda y no aseguraban derechos. Oscuros resultados de la infamia, el genocidio y la indefensión aprehendida de los/las sobrevivientes de la violencia padecida.
Gradualmente y como parte del crecimiento del impacto de la política, después de haber tocado fondo, con un enorme esfuerzo de reconstrucción de lazos y solidaridades, de reconceptualización de “lo político” como el quehacer que otorga ciudadanía llegamos a este momento.
En ese andar, que requirió tiempo y recuperación de ideales, se gestó en San Fernando, entre otras cosas, primero un programa de atención a la violencia contra las mujeres, que con el criterio de acceso a derechos, aún antes de que existiera legislación al respecto en la provincia de Buenos Aires, puso en funcionamiento una línea telefónica gratuita para brindar orientación, asesoramiento y acompañamiento a las mujeres víctimas de la violencia por parte de sus compañeros íntimos, a las trabajadoras acosadas, a las niñas abusadas por sus padres, a las mujeres reducidas a la condición de víctimas, acompañada de un pequeño equipo profesional con formación incipiente en el tema.
No fue poco el desafío, requirió de perseverancia, convicción, estudio, creatividad y conocimiento que debía pasar a acciones concretas. El programa atravesó momentos de enorme soledad, hubo funcionarios que “dejaron hacer”, otros que impulsaron y promovieron, otros que dijeron “no saber”, hubo aliados, hubo gestión, pero siempre hubo respuestas, que de individuales se hicieron municipales, es decir política pública.
Hubo mujeres y niñas que encontraron un espacio donde se comprendía y se denominaba como injusto que las denigraran, las insultaran, las amenazaran, las desconocieran, las lastimaran, las violaran. Muchas no nos dejaron dormir, junto a muchas tuvimos miedo y nos sentimos tan solas como ellas, junto a algunas disfrutamos del pequeño momento en que lo injusto tenía sanción. Un camino de 11 años recorrido día a día, sin descanso, pensando siempre en qué necesitaban las personas violentadas para recuperar su condición humana de manera integral y en gestionar para lograrlo, en hacerlo personalmente cuando la gestión no respondía o no alcanzaba.
Golpeamos las puertas de la justicia y llevamos protocolos que no conocían y aceptaron como válidos, escribimos informes, cada vez más precisos, cada vez más valorados. Armamos redes, gestionamos refugio, nos acercamos a Manzaneras, jefas de hogar, organizaciones barriales, distritos vecinos, con los que generosamente compartimos nuestra experiencia en el afán de construir una red de ciudadanía, de desmontar la naturalización de la violencia en nuestra comunidad, de producir un cambio. Hacíamos política pública de derechos, la ideología era denunciar lo injusto, asegurar acceso a la justicia, trabajar por la igualdad, denunciar el abuso, restituir subjetividades.
Con la llegada de nueva legislación de derechos de la infancia asumimos la responsabilidad de velar por los derechos de niñas y niños. Crecimos en capacidades, en número, se sumaron profesionales preocupadas por esta realidad y con herramientas para intentar asumir el desafío, estudiamos la ley, reformulamos acciones, capacitamos a médicos, docentes, policías y funcionarios para que asumieran sus responsabilidades, pero sobre todo asumimos nosotras la responsabilidad, que nadie quería asumir, intentando remplazar al “Juez de Menores” por la co-responsabilidad que una y otra vez se intentaba eludir.
Estuvimos a la altura de las circunstancias, no sin costos personales e institucionales, más allá de los títulos de las organizaciones, los convenios y oportunismos de cada etapa. El sujeto de derechos fueron niñas y niños. El objetivo fue el trabajo para restituir sus derechos. No cedimos a las políticas de la pura apariencia, que intentaron y siguen intentando convencernos de que niñas y niños sólo sufren por la pobreza y que con un plan y dando indicaciones en media hora se producen cambios. Escuchamos de verdad lo que les pasa a niñas y niños. Vimos lo que nadie quiere ver y mucho menos mostrar: muchos padres y madres crueles, voraces, sin apego, que no han podido ver en sus hijos/as a personas valiosas, niñas y niños arrasados por la negligencia, la violencia y el abuso. Intentamos una y otra vez retrasar el deterioro que esto les producía con un trabajo desde la cercanía, la confianza y el compromiso. Las/los sostuvimos cuando las respuestas de los responsables provinciales y la justicia eran inadecuadas, las acompañamos cuando fueron interpeladas, aun siendo víctimas, reclamamos por ellas y ellos, estuvimos con ellos, lloramos cuando el estado provincial diciendo que los protegía los sometía a condiciones inhumanas, las/los buscamos cuando todo el mundo se quedaba tranquilo poniendo el rótulo de “abandono de programa” o “fuga”, exigimos, nos volvimos incómodas, como los niños y niñas que denuncian todo el tiempo que el resultado de la política pública no se mide por la disminución de las medidas de protección que se adoptan, sino por la mejora de las condiciones de los ámbitos de protección, por la capacidad de los profesionales que integran los servicios, por el presupuesto que se asigna a las áreas.
Nuestro compromiso fue y es por las mujeres y los/as niños/as, aunque hoy desmantelen un espacio de trabajo incansable, humanizado, donde las personas son personas y no casos, donde a cada minuto se piensa, se aporta, se discute, se gestiona.
Nos hablan de “resultados”, con una visión empresarial y eficientista, de dar un enfoque “menos social” al tema de la violencia, enunciado que si no fuera trágico promovería risa. Nos preguntan desde la supina ignorancia “porqué no atendemos hombres”, nos interpelan faltándonos el respeto y cuestionan las formas de intervención que han sido construidas con saber y experiencia. Nos hostigan, nos intentan manipular, nos violentan… y con esa violencia niegan la esencia misma de un dispositivo creado para denunciar y no para reproducir.
No nos proponen un cambio, nos llevan al abismo y con nosotras, (a las que nos han llamado “mujeres encerradas”), acorralan a todas las mujeres, niños y niñas que ya no encontrarán un oído atento, con el suficiente tiempo para comprenderlas, en un espacio amable, seguro y contenedor. Ya los niños abandonados por sus familias no tendrán un lugar para cambiar su ropa sucia, para tomar un mate cocido, ya no se pensará ni hablará sobre cómo cambiar la ignominia, el abandono y la violencia que sufren muchas mujeres y niñas/os de San Fernando porque eso parece ser a criterio de las nuevas autoridades “hacer reuniones sociales”.
Hacer es importante, sin dudas, pero más importante es tener en claro qué y cómo hacerlo. Hoy no parece que eso sea una consideración en San Fernando.
Las organizaciones suelen reproducir sus formas de funcionamiento en sus acciones. Si ese paradigma se cumple, niñas, niños y mujeres serán casos, el número será más importante que los individuos, las personas estarán al servicio de la gestión y no a la inversa, la violencia se filtrará en cada acción, la presión por el resultado llevará a la extorsión, el abuso de poder será una práctica corriente.
Tal como lo he enunciado muchas veces con absoluta honestidad, toda construcción siempre puede crecer, modificarse, reorientarse, mejorarse y eso también le cabe al Area de Derechos de San Fernando. Pero nunca desde el prejuicio, la ignorancia, la desvalorización y la soberbia.
El desconocimiento y el odio siempre llevan a la destrucción y hablan de la pobreza de ideas y de valores.
El debate, la información y las propuestas son la manera de crecer y construir. Hoy esto no es posible porque falta un elemento primordial en todo hecho humano: la ética, que no se aprende en la universidad y tampoco es regulada por los códigos, sino que se aprende y se aprehende, se hace carne a lo largo de una vida, e impide que la podamos dejar a un lado por buscar poder, por obedecer a un poderoso, por “salvarnos”, por sobresalir, por nada, porque si la dejamos a un lado no somos nada.
Dra. Patricia Paggi
DNI 12.713.547
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